¿Existió Jesús de Nazaret?

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¿Existió Jesús de Nazaret?

 

Quien lea el Nuevo Testamento podrá advertir que entre sus versículos se mezclan dos personajes centrales. Uno es histórico y humano. Se llama Jesús de Nazaret. Es un humilde y carismático rabino de Galilea que enseña y predica la Torá y cuyos discípulos, judíos todos, creían que restauraría el reino de Israel. Fue condenado a morir en la cruz por Poncio Pilato, gobernador de Judea, acusado de un delito de lesa majestad en contra de Roma. El otro personaje es mitológico y divino. Su nombre es Jesucristo. Es el Cristo celestial, el Mesías redentor de la humanidad y el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

 

La diferencia entre Jesús de Nazaret y Jesucristo

A pesar de ser dos personajes diferentes, la figura mitológica de Jesucristo está basada, al menos en su base, en el personaje histórico de Jesús de Nazaret. Hicieron falta varios siglos y algunos concilios eclesiásticos, tras la crucifixión de Jesús, para concretar la elaboración de la imagen teológica del Cristo celestial. El primer arquitecto de la figura de Jesucristo fue Pablo de Tarso. En sus epístolas, escritas varias décadas después de la muerte de Jesús, Pablo desarrolla una teología de la salvación para toda la humanidad. Sin escribir prácticamente nada sobre la vida terrenal de Jesús de Nazaret, a diferencia de los evangelistas, Pablo dedica casi todo su interés y esfuerzo en explicar su doctrina a partir de los acontecimientos de la Pascua.

El Jesús de Pablo es, por tanto, un Jesús pospascual. Un Jesús glorificado y enaltecido después de su muerte. Tras la crucifixión se produjo una plusvalía entre el mensaje prepascual y la cristología pospascual que dio origen al Cristo celestial. Es decir, a un personaje exaltado como salvador y redentor. El trabajo del historiador es intentar aislar los elementos cristológicos pospascuales que en el Nuevo Testamento se mezclan inextricablemente con el mensaje judío del Jesús prepascual y, de este modo, trazar una imagen fidedigna en relación a su contexto. Conocer cómo era la sociedad judía y su cosmovisión, desde la época de los asmoneos hasta la derrota en la Rebelión de Bar Kojba y la compilación de la Mishná, es el primer paso para entender quién era realmente Jesús.  

 

El Jesús prepascual y el Cristo pospascual

Tras la muerte de Jesús, según narran los evangelios, las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea regresaron al sepulcro con aromas y ungüentos, pero lo encontraron vacío. La tradición lucana describe la escena de la siguiente manera:

«Entraron y no encontraron el cuerpo de Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se presentaron dos hombres con vestidos deslumbrantes. Ellas se asustaron y bajaron los ojos, y ellos les preguntaron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado» (Lucas 24, 3-6).

Esta pregunta simboliza perfectamente la separación entre el Jesús prepascual y el Cristo pospascual. Las mujeres buscaban el cuerpo del Jesús humano, ese carismático rabino de Galilea que acababa de ser crucificado por Roma. El predicador, el curandero, el exorcista y hacedor de milagros. Buscaban al Jesús humano. Querían completar el proceso de sepultura conforme a la costumbre judía, pero no lo encontraron. En su lugar, el relato evangélico introduce la idea de la resurrección que marcará el inicio de la figura del Cristo redentor.

 

Entonces, ¿existió Jesús de Nazaret?

Sí. Su existencia histórica está confirmada por la mayoría de eruditos del mundo académico. Amy-Jill Levine señala que, a pesar de los diferentes retratos, hay un consenso universal sobre el esquema básico de la vida de Jesús en que la mayoría de estudiosos coinciden[1]:

  • Jesús fue bautizado por Juan el Bautista.
  • Debatió con las autoridades judías sobre el tema de Dios.
  • Realizó algunas sanaciones y exorcismos.
  • Enseñó en parábolas.
  • Reunió seguidores (hombres y mujeres) en Galilea.
  • Peregrinó a Jerusalén.
  • Fue crucificado por Poncio Pilato.

A la hora de abordar un estudio sobre la existencia de Jesús de Nazaret es obligatorio separar al personaje auténtico de su figura idealizada y divinizada. A pesar de que la imagen que el Nuevo Testamento nos transmite de Jesucristo es la de un ser mitológico, una creación puramente literaria, es posible rastrear los pasos del Jesús histórico mediante un minucioso y riguroso análisis de los textos. Para ello hay que situar a Jesús de Nazaret en su contexto histórico. El análisis crítico de los evangelios debe encajar siempre con el criterio de plausibilidad histórica. Jesús solo puede entenderse dentro de las coordenadas políticas, sociales y religiosas de su época. En otras palabras, no se puede comprender a Jesús si se desconoce el judaísmo del periodo del segundo Templo. Y es en este punto donde comienzan a aparecer las primeras dificultades: las fuentes primarias.

 

La objetividad de las fuentes

Se admite generalmente que los evangelios sinópticos –Marcos, Mateo y Lucas– son los más fidedignos desde un punto de vista histórico. Y que, a diferencia del Evangelio de Juan, que exhibe una teología de la salvación muy desarrollada, los tres sinópticos presentan con cierto grado de fidelidad a Jesús como a un judío de su tiempo. Quien sea capaz de realizar una lectura deconstruida y libre de prejuicios de los tres primeros evangelios notará que éstos presentan a un carismático sanador, exorcista y predicador judío más a que un redentor de la humanidad.

¿Son entonces objetivos los tres primeros evangelios? En absoluto. Los sinópticos, igual que todas las biografías antiguas, tienen una clara agenda historiográfica. Fueron escritos por comunidades de indudable influencia paulina entre finales del siglo I y principios del siglo II. Pero si rechazamos los evangelios como fuente para conocer la figura histórica de Jesús de Nazaret con el argumento de que fueron escritos con fines propagandísticos, tenemos que hacer exactamente lo mismo con cualquier biografía de la Antigüedad. Es responsabilidad del historiador analizar de manera crítica el Nuevo Testamento y rescatar aquellos textos que en su núcleo tengan mejor encaje dentro de lo históricamente verosímil. Y esto solamente puede hacerse conociendo la realidad política, social, económica y religiosa que imperaba en Israel durante la primera mitad del siglo I.

[1] Levine, Amy-JillAllison, Dale C.Crossan, John Dominic, The Historical Jesus in Context, Princeton University Press 2006, p. 4.


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